octubre 22, 2006

LLUVIA VESPERTINA...


Llueve y llueve, y el sonido del agua bajando en riachuelos por las canoas del techo produce un burbujeo distante, como el eco de alguna conversación de pececitos, que el ciclo del agua haya transportado consigo.

Ya anochece, y entre las lágrimas que bajan incesantes de las mejillas nubosas del cielo, todo el paisaje se viste de gris violáceo. Todo se siente tan triste y lejano, cuando caen la noche y el invierno al unísono, y el aire humedecido lo pueblan silenciosos pensamientos.

Alzo la vista y veo a un costado de mi cuarto la hermosa armonía de las cobijas que desordenamos temprano esta tarde que muere. Casi podría jurar que los pliegues de la sabana delinean el contorno de nuestros cuerpos, o por lo menos, esos aromas entre la tela han de delatar nuestra lucha de amantes.

Es la sensación de frío. La ausencia de tu pecho abierto como un hogar donde protegerme, y la falta de tu cuerpo cálido donde abrigarme. ¿Dónde esta el refugio seguro de tu entrepierna? y ¿dónde están tus manos cariñosas entre mi pelo?, y ¿tus labios y tus senos ansiosos y amenazantes, y el vaivén implacable de tus caderas, y esa otra tú, un poco más loca que tú, que me respira agitada sobre mi hombro?, esa que con la mirada convencida intenta capturar del aire un punto en el universo donde el tiempo y el espacio se detienen, y los océanos explotan y las estrellas danzan.

¿Donde estás, mi amor, cuando llueve y anochece, para aferrarme a ti con fuerza y borrar con tu energía todo lo triste de la naturaleza?

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