febrero 18, 2007

AL CALOR DE LA NOCHE Y MI IRREMEDIABLE RETORNO A TUS BRAZOS

¿Cómo empezar? Buena pregunta, no es que no quiera hacerlo, simplemente tengo demasiadas cosas en la cabeza como para encontrar un hilo que dirija mis pensamientos de manera tal que logre decirte lo que quiero.

Me es un tanto difícil recordar cuándo es que esto comenzó y me es incluso imposible tratar de encontrar un final para esto que está sucediendo. Hace ya años que en las aulas de eso que parecía una caja llena de respuestas tuvo inicio lo que yo describiría como una aventura un tanto loca, desenfrenada, llena de ese no sé qué que me hace sentir libre y a la vez atado. No quiero decir con esto que sea para mal, sino todo lo contrario, es una especie de atadura que me ha mantenido anclado a un puerto seguro, libre ya de tormentas y que siempre tiene un amanecer lleno de esperanzas.

He navegado de la sobriedad a la confusión y de vuelta a tierra firme; el barco que un día naufragó se encuentra ahora reparado casi en su totalidad y a la espera de alta mar siempre con la esperanza de poder descubrir ese faro en la más obscura noche y así poder regresar de una sola pieza a su lado.

Y es así como ha transcurrido esta larga travesía a tu lado, llena de tormentas, obstáculos y mil y un peripecias que hemos sabido librar de manera airosa y poder siempre al final conciliar al unísono en la humedad de la noche.

Las palabras no son suficientes para abrazar este sentimiento tan tuyo, tan mío, tan lleno de esa chispa que nos caracteriza y que marca el paso día tras día. Los argumentos no resultan siempre validos para defender “esto” que es tan sólo nuestro, no existe ley en el muerdo capaz de normar lo que tenemos y mucho menos detenerlo. Hemos sorteado escabrosos caminos y navegado agitadas aguas y creo que ahora es justo el momento de mirar atrás y reconocer que poseemos una historia y que a través del tiempo hemos forjado un camino por el que no volveremos jamás, al menos no en esta vida.

No puedo seguir escribiendo, no en este momento, no es que así lo quiera, la jornada ha sido dura y pretendo descansar para tener energía para tus cabellos…

febrero 14, 2007

Dietrich Eckart

Dietrich Eckart

- Poeta, Mentor y Mártir

Un rol especial en los primeros días del Movimiento Nacionalsocialista fue jugado por el poeta y dramaturgo Dietrich Eckart quien llegó desde Neumarkt en la Oberpfalz y se unió al Deutsche Arbeiter Partei en el verano de 1919. El pináculo de su trabajo filosófico es la traducción alemana de la obra de Hendrik Ibsen "Peer Gynt" que fue editada en 1912. Eckart fue también autor y editor de varios periódicos antisemitas; por ejemplo, el semanario "Auf gut deutsch" que fue publicado desde 1919 con el apoyo de la Sociedad Thule. Dietrich Eckart, quien descubrió a Hitler en Septiembre de 1919, se convirtió para éste en amigo y maestro. Él fue con sus radicales opiniones nacionalistas, antidemocráticas y antisemitas el ejemplo ideológico de Hitler. Dietrich Eckart estaba ya en 1920 convencido que los judíos necesitaban ser destruidos.

Eckart se metió en problemas cuando en 1923 el fiscal decidió –durante el periodo de la República de Weimar muy usual- acusar al escritor de difamación en conexión con sus ataques antisemitas al entonces Reichspräsident Friedrich Ebert. La causa inmediata era un panfleto escrito en dialecto bávaro "Miesbacher Haberfesttreiben 1922", en el cual Friedrich Ebert era presentado como un instrumento del judaísmo contra los intereses alemanes.

Dietrich Eckart no se presentó en la sesión del "Leipziger Staatsgerichtshof" que tuvo lugar el 12 de Marzo de 1923, de modo que fue emitida una orden de detención. A finales de Abril resultaba claro que la "Leipziger Kriminalpolizei" (Policía Criminal de Leipzig)estaba buscando seriamente a Dietrich Eckart. Adolf Hitler ordenó que hombres de la SA permanecieran de guardia frente a su casa pero el arresto sólo era cuestión de tiempo.

Christian Weber, uno de los pocos amigos íntimos de Adolf Hitler y uno de los primeros luchadores del NSDAP – tenía el carnet del partido numero 15, supo de un escondite. Tenía un amigo llamado Bruno Büchner que era el propietario de la casa de huéspedes Moritz, más tarde Platterhof en el Obersalzberg, en la cima de Berchtesgaden, en la cual quería que Dietrich Eckart se ocultara. El Jefe de Staff de la SA, Ernst Röhm, organizó secretamente el traslado de Dietrich Eckart a Berchtesgaden. Unos pocos días después Adolf Hitler le visitó allí. Durante la guerra, en 1941, recordó el primer día en el Obersalzberg en uno de sus monólogos nocturnos.

"Sólo sabía que estaba en una casa de huéspedes en la cima de Berchtesgaden. Un día en Abril pedí a mi hermana menor que viniera conmigo. Le dije que tenía una reunión con unos pocos caballeros allí, la pedí en Berchtesgaden que subiera con Weber a pie. Ahora bien, se iba por una escarpada cuesta arriba y el camino parecía interminable.' Un estrecho camino en la nieve, 'Se han vuelto locos?', Dije. Es que este camino no acaba nunca? Piensan que estoy escalando el Himalaya; Es que tengo que convertirme en una gamuza? Cielos!, no podían encontrar un lugar mejor? Si hay todavía un largo camino frente a nosotros preferiría regresar, pasar la noche abajo y subir la montaña mañana, por el día.' Él: Estaremos pronto en lo alto.' Y repentinamente vi enfrente de mí una casa: la pensión Moritz, Tenemos habitación allí?' 'No, pero donde no hay zapatos fuera podemos entrar.' No nos ha sido posible anunciar nuestra llegada por teléfono. 'Vamos a ver si Dietrich Eckart está allí.' Llamamos a la puerta. 'Diedi, Wolf está aqui,'' Abrió la puerta en camisón. Nos saludamos. Estaba muy conmovido. 'A qué hora hay que levantarse mañana?' Él: 'A las 7.00 h es lo mejor.'' – Yo no había visto nada del paisaje todavía. A la mañana siguiente me levanté y ya había luz. Fui a la barandilla y miré fuera: lo que vi era maravilloso.' Una vista en el Untersberg, indescriptible.' Eckart estaba ya escaleras abajo, Frau Büchner sonrió amigablemente, Eckart me presentó a los Büchners: 'Éste es mi joven amigo, Herr Wolf.' Nadie sospechó que yo era el notorio Adolf Hitler. Eckart se alojaba allí como el Doctor Hoffmann."

Después que fracasó la marcha sobre la Feldherrnhalle, el 9 de Noviembre de 1923 – a la cual Eckart había animado a Hitler- aquel fue llevado bajo custodia al día siguiente. A causa de su enfermedad coronaria fue liberado poco antes de Navidad. El 26 de Diciembre de 1923 Dietrich Eckart murió a la edad de 55 años. Fue enterrado el 30 de Diciembre en el cementerio de la montaña en Berchtesgaden. Hasta este día uno puede encontrar su impresionante lapida allí.

Después de 1933 Adolf Hitler glorificó a su mentor y "paternal amigo" como solía llamarle en publico, erigiendo la privilegiada habitación favorita de Dietrich Eckart como un monumento conmemorativo. Nada fue permitido ser cambiado en esta habitación. Solo un busto del visionario poeta fue añadido. Lo mismo que en la Casa Parda en Munich. Cuando en 1938, se empezó la renovación y extensión del Platterhof – los planes preveían una casa con 150 habitaciones y 300 camas, así como todo lo necesario para las otras habitaciones – los viejos edificios fueron derribados excepto la sala Dietrich Eckart que no fue tocada. El nuevo Platterhof se había construido alrededor de su habitación.

Eckart fue una figura clave para el temprano auge de Adolf Hitler. Después fue frecuentemente calificado de profeta puesto que ya había anunciado a Adolf Hitler como el futuro Führer de los alemanes en el estado embrionario del Movimiento.

Hitler, quien se consideraba a sí mismo como un discípulo de Dietrich Eckart y expresó en un homenaje que Eckart "había escrito poemas tan bellos como los de Goethe", le honró como ningún otro de los viejos luchadores. En su libro "Mein Kampf" le llamó literalmente un mártir y le dedicó las ultimas frases de su libro:

Y entre ellos quiero citar también al hombre que, como uno de los mejores, consagró su vida en la poesía, en el pensamiento y, por ultimo, en la acción, al resurgimiento del pueblo suyo y nuestro: Dietrich Eckart.



Aquí les dejo algo de H.P. Lovecraft, espero y les resulte ameno... pongo esto a falta de algo ejor y por mi retiro piterario temporal...

El extraño
[Cuento. Texto completo]

H.P. Lovecraft

Infeliz es aquel a quien sus recuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza. Desgraciado aquel que vuelve la mirada hacia horas solitarias en bastos y lúgubres recintos de cortinados marrones y alucinantes hileras de antiguos volúmenes, o hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles descomunales y grotescos, cargados de enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas retorcidas. Tal es lo que los dioses me destinaron... a mí, el aturdido, el frustrado, el estéril, el arruinado; sin embargo, me siento extrañamente satisfecho y me aferro con desesperación a esos recuerdos marchitos cada vez que mi mente amenaza con ir más allá, hacia el otro.

No sé dónde nací, salvo que el castillo era infinitamente horrible, lleno de pasadizos oscuros y con altos cielos rasos donde la mirada sólo hallaba telarañas y sombras. Las piedras de los agrietados corredores estaban siempre odiosamente húmedas y por doquier se percibía un olor maldito, como de pilas de cadáveres de generaciones muertas. Jamás había luz, por lo que solía encender velas y quedarme mirándolas fijamente en busca de alivio; tampoco afuera brillaba el sol, ya que esas terribles arboledas se elevaban por encima de la torre más alta. Una sola, una torre negra, sobrepasaba el ramaje y salía al cielo abierto y desconocido, pero estaba casi en ruinas y sólo se podía ascender a ella por un escarpado muro poco menos que imposible de escalar.

Debo haber vivido años en ese lugar, pero no puedo medir el tiempo. Seres vivos debieron haber atendido a mis necesidades; sin embargo, no puedo rememorar a persona alguna excepto yo mismo, ni ninguna cosa viviente salvo ratas, murciélagos y arañas, silenciosos todos. Supongo que, quienquiera que me haya cuidado, debió haber sido asombrosamente viejo, puesto que mi primera representación mental de una persona viva fue la de algo semejante a mí, pero retorcido, marchito y deteriorado como el castillo. Para mí no tenían nada de grotescos los huesos y los esqueletos esparcidos por las criptas de piedra cavadas en las profundidades de los cimientos. En mi fantasía asociaba estas cosas con los hechos cotidianos y los hallaba más reales que las figuras en colores de seres vivos que veía en muchos libros mohosos. En esos libros aprendí todo lo que sé. Maestro alguno me urgió o me guió, y no recuerdo haber escuchado en todos esos años voces humanas..., ni siquiera la mía; ya que, si bien había leído acerca de la palabra hablada nunca se me ocurrió hablar en voz alta. Mi aspecto era asimismo una cuestión ajena a mi mente, ya que no había espejos en el castillo y me limitaba, por instinto, a verme como un semejante de las figuras juveniles que veía dibujadas o pintadas en los libros. Tenía conciencia de la juventud a causa de lo poco que recordaba.

Afuera, tendido en el pútrido foso, bajo los árboles tenebrosos y mudos, solía pasarme horas enteras soñando lo que había leído en los libros; añoraba verme entre gentes alegres, en el mundo soleado allende de la floresta interminable. Una vez traté de escapar del bosque, pero a medida que me alejaba del castillo las sombras se hacían más densas y el aire más impregnado de crecientes temores, de modo que eché a correr frenéticamente por el camino andado, no fuera a extraviarme en un laberinto de lúgubre silencio.

Y así, a través de crepúsculos sin fin, soñaba y esperaba, aún cuando no supiera qué. Hasta que en mi negra soledad, el deseo de luz se hizo tan frenético que ya no pude permanecer inactivo y mis manos suplicantes se elevaron hacia esa única torre en ruinas que por encima de la arboleda se hundía en el cielo exterior e ignoto. Y por fin resolví escalar la torre, aunque me cayera; ya que mejor era vislumbrar un instante el cielo y perecer, que vivir sin haber contemplado jamás el día.

A la húmeda luz crepuscular subí los vetustos peldaños de piedra hasta llegar al nivel donde se interrumpían, y de allí en adelante, trepando por pequeñas entrantes donde apenas cabía un pie, seguí mi peligrosa ascensión. Horrendo y pavoroso era aquel cilindro rocoso, inerte y sin peldaños; negro, ruinoso y solitario, siniestro con su mudo aleteo de espantados murciélagos. Pero más horrenda aún era la lentitud de mi avance, ya que por más que trepase, las tinieblas que me envolvían no se disipaban y un frío nuevo, como de moho venerable y embrujado, me invadió. Tiritando de frío me preguntaba por qué no llegaba a la claridad, y, de haberme atrevido, habría mirado hacia abajo. Se me antojó que la noche había caído de pronto sobre mí y en vano tanteé con la mano libre en busca del antepecho de alguna ventana por la cual espiar hacia afuera y arriba y calcular a qué altura me encontraba.

De pronto, al cabo de una interminable y espantosa ascensión a ciegas por aquel precipicio cóncavo y desesperado, sentí que la cabeza tocaba algo sólido; supe entonces que debía haber ganado la terraza o, cuando menos, alguna clase de piso. Alcé la mano libre y, en la oscuridad, palpé un obstáculo, descubriendo que era de piedra e inamovible. Luego vino un mortal rodeo a la torre, aferrándome de cualquier soporte que su viscosa pared pudiera ofrecer; hasta que finalmente mi mano, tanteando siempre, halló un punto donde la valla cedía y reanudé la marcha hacia arriba, empujando la losa o puerta con la cabeza, ya que utilizaba ambas manos en mi cauteloso avance. Arriba no apareció luz alguna y, a medida que mis manos iban más y más alto, supe que por el momento mi ascensión había terminado, ya que la puerta daba a una abertura que conducía a una superficie plana de piedra, de mayor circunferencia que la torre inferior, sin duda el piso de alguna elevada y espaciosa cámara de observación. Me deslicé sigilosamente por el recinto tratando que la pesada losa no volviera a su lugar, pero fracasé en mi intento. Mientras yacía exhausto sobre el piso de piedra, oí el alucinante eco de su caída, pero con todo tuve la esperanza de volver a levantarla cuando fuese necesario.

Creyéndome ya a una altura prodigiosa, muy por encima de las odiadas ramas del bosque, me incorporé fatigosamente y tanteé la pared en busca de alguna ventana que me permitiese mirar por vez primera el cielo y esa luna y esas estrellas sobre las que había leído. Pero ambas manos me decepcionaron, ya que todo cuanto hallé fueron amplias estanterías de mármol cubiertas de aborrecibles cajas oblongas de inquietante dimensión. Más reflexionaba y más me preguntaba qué extraños secretos podía albergar aquel alto recinto construido a tan inmensa distancia del castillo subyacente. De pronto mis manos tropezaron inesperadamente con el marco de una puerta, del cual colgaba una plancha de piedra de superficie rugosa a causa de las extrañas incisiones que la cubrían. La puerta estaba cerrada, pero haciendo un supremo esfuerzo superé todos los obstáculos y la abrí hacia adentro. Hecho esto, me invadió el éxtasis más puro jamás conocido; a través de una ornamentada verja de hierro, y en el extremo de una corta escalinata de piedra que ascendía desde la puerta recién descubierta, brillando plácidamente en todo su esplendor estaba la luna llena, a la que nunca había visto antes, salvo en sueños y en vagas visiones que no me atrevía a llamar recuerdos.

Seguro ahora de que había alcanzado la cima del castillo, subí rápidamente los pocos peldaños que me separaban de la verja; pero en eso una nube tapó la luna haciéndome tropezar, y en la oscuridad tuve que avanzar con mayor lentitud. Estaba todavía muy oscuro cuando llegué a la verja, que hallé abierta tras un cuidadoso examen pero que no quise trasponer por temor a precipitarme desde la increíble altura que había alcanzado. Luego volvió a salir la luna.

De todos los impactos imaginables, ninguno tan demoníaco como el de lo insondable y grotescamente inconcebible. Nada de lo soportado antes podía compararse al terror de lo que ahora estaba viendo; de las extraordinarias maravillas que el espectáculo implicaba. El panorama en sí era tan simple como asombroso, ya que consistía meramente en esto: en lugar de una impresionante perspectiva de copas de árboles vistas desde una altura imponente, se extendía a mi alrededor, al mismo nivel de la verja, nada menos que la tierra firme, separada en compartimentos diversos por medio de lajas de mármol y columnas, y sombreada por una antigua iglesia de piedra cuyo devastado capitel brillaba fantasmagóricamente a la luz de la luna.

Medio inconsciente, abrí la verja y avancé bamboleándome por la senda de grava blanca que se extendía en dos direcciones. Por aturdida y caótica que estuviera mi mente, persistía en ella ese frenético anhelo de luz; ni siquiera el pasmoso descubrimiento de momentos antes podía detenerme. No sabía, ni me importaba, si mi experiencia era locura, enajenación o magia, pero estaba resuelto a ir en pos de luminosidad y alegría a toda costa. No sabía quién o qué era yo, ni cuáles podían ser mi ámbito y mis circunstancias; sin embargo, a medida que proseguía mi tambaleante marcha, se insinuaba en mí una especie de tímido recuerdo latente que hacía mi avance no del todo fortuito, sin rumbo fijo por campo abierto; unas veces sin perder de vista el camino, otras abandonándolo para internarme, lleno de curiosidad, por praderas en las que sólo alguna ruina ocasional revelaba la presencia, en tiempos remotos, de una senda olvidada. En un momento dado tuve que cruzar a nado un rápido río cuyos restos de mampostería agrietada y mohosa hablaban de un puente mucho tiempo atrás desaparecido.

Habían transcurrido más de dos horas cuando llegué a lo que aparentemente era mi meta: un venerable castillo cubierto de hiedras, enclavado en un gran parque de espesa arboleda, de alucinante familiaridad para mí, y sin embargo lleno de intrigantes novedades. Vi que el foso había sido rellenado y que varias de las torres que yo bien conocía estaban demolidas, al mismo tiempo que se erguían nuevas alas que confundían al espectador. Pero lo que observé con el máximo interés y deleite fueron las ventanas abiertas, inundadas de esplendorosa claridad y que enviaban al exterior ecos de la más alegre de las francachelas. Adelantándome hacia una de ellas, miré al interior y vi un grupo de personas extrañamente vestidas, que departían entre sí con gran jarana. Como jamás había oído la voz humana, apenas sí podía adivinar vagamente lo que decían. Algunas caras tenían expresiones que despertaban en mí remotísimos recuerdos; otras me eran absolutamente ajenas.

Salté por la ventana y me introduje en la habitación, brillantemente iluminada, a la vez que mi mente saltaba del único instante de esperanza al más negro de los desalientos. La pesadilla no tardó en venir, ya que, no bien entré, se produjo una de las más aterradoras reacciones que hubiera podido concebir. No había terminado de cruzar el umbral cuando cundió entre todos los presentes un inesperado y súbito pavor, de horrible intensidad, que distorsionaba los rostros y arrancaba de todas las gargantas los chillidos más espantosos. El desbande fue general, y en medio del griterío y del pánico varios sufrieron desmayos, siendo arrastrados por los que huían enloquecidos. Muchos se taparon los ojos con las manos y corrían a ciegas llevándose todo por delante, derribando los muebles y dándose contra las paredes en su desesperado intento de ganar alguna de las numerosas puertas.

Solo y aturdido en el brillante recinto, escuchando los ecos cada vez más apagados de aquellos espeluznantes gritos, comencé a temblar pensando qué podía ser aquello que me acechaba sin que yo lo viera. A primera vista el lugar parecía vacío, pero cuando me dirigí a una de las alcobas creí detectar una presencia... un amago de movimiento del otro lado del arco dorado que conducía a otra habitación, similar a la primera. A medida que me aproximaba a la arcada comencé a percibir la presencia con más nitidez; y luego, con el primero y último sonido que jamás emití -un aullido horrendo que me repugnó casi tanto como su morbosa causa-, contemplé en toda su horrible intensidad el inconcebible, indescriptible, inenarrable monstruo que, por obra de su mera aparición, había convertido una alegre reunión en una horda de delirantes fugitivos.

No puedo siquiera decir aproximadamente a qué se parecía, pues era un compuesto de todo lo que es impuro, pavoroso, indeseado, anormal y detestable. Era una fantasmagórica sombra de podredumbre, decrepitud y desolación; la pútrida y viscosa imagen de lo dañino; la atroz desnudez de algo que la tierra misericordiosa debería ocultar por siempre jamás. Dios sabe que no era de este mundo -o al menos había dejado de serlo-, y, sin embargo, con enorme horror de mi parte, pude ver en sus rasgos carcomidos, con huesos que se entreveían, una repulsiva y lejana reminiscencia de formas humanas; y en sus enmohecidas y destrozadas ropas, una indecible cualidad que me estremecía más aún.

Estaba casi paralizado, poro no tanto como para no hacer un débil esfuerzo hacia la salvación: un tropezón hacia atrás que no pudo romper el hechizo en que me tenía apresado el monstruo sin voz y sin nombre. Mis ojos, embrujados por aquellos asqueantes ojos vítreos que los miraba fijamente, se negaban a cerrarse, si bien el terrible objeto, tras el primer impacto, se veía ahora más confuso. Traté de levantar la mano y disipar la visión, pero estaba tan anonadado que el brazo no respondió por entero a mi voluntad. Sin embargo, el intento fue suficiente como para alterar mi equilibrio y, bamboleándome, di unos pasos hacia adelante para no caer. Al hacerlo adquirí de pronto la angustiosa noción de la proximidad de la cosa, cuya inmunda respiración tenía casi la impresión de oír. Poco menos que enloquecido, pude no obstante adelantar una mano para detener a la fétida imagen, que se acercaba más y más, cuando de pronto mis dedos tocaron la extremidad putrefacta que el monstruo extendía por debajo del arco dorado.

No chillé, pero todos los satánicos vampiros que cabalgan en el viento de la noche lo hicieron por mí, a la vez que dejaron caer en mi mente una avalancha de anonadantes recuerdos.

Supe en ese mismo instante todo lo ocurrido; recordé hasta más allá del terrorífico castillo y sus árboles; reconocí el edificio en el cual me hallaba; reconocí, lo más terrible, la impía abominación que se erguía ante mí, mirándome de soslayo mientras apartaba de los suyos mis dedos manchados.

Pero en el cosmos existe el bálsamo además de la amargura, y ese bálsamo es el olvido. En el supremo horror de ese instante olvidé lo que me había espantado y el estallido del recuerdo se desvaneció en un caos de reiteradas imágenes. Como entre sueños, salí de aquel edificio fantasmal y execrado y eché a correr rauda y silenciosamente a la luz de la luna. Cuando retorné al mausoleo de mármol y descendí los peldaños, encontré que no podía mover la trampa de piedra; pero no lo lamenté, ya que había llegado a odiar el viejo castillo y sus árboles. Ahora cabalgo junto a los fantasmas, burlones y cordiales, al viento de la noche, y durante el día juego entre las catacumbas de Nefre-Ka, en el recóndito y desconocido valle de Hadoth, a orillas del Nilo. Sé que la luz no es para mí, salvo la luz de la luna sobre las tumbas de roca de Neb, como tampoco es para mí la alegría, salvo las innominadas fiestas de Nitokris bajo la Gran Pirámide; y, sin embargo, en mi nueva y salvaje libertad agradezco casi la amargura de la alienación.

Pues aunque el olvido me ha dado la calma, no por eso ignoro que soy un extranjero; un extraño a este siglo y a todos los que aún son hombres. Esto es lo que supe desde que extendí mis dedos hacia esa cosa abominable surgida en aquel gran marco dorado; desde que extendí mis dedos y toqué la fría e inexorable superficie de pulido espejo.

febrero 01, 2007

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NUESTRA RELACIÓN TIENE ALGO EXTRAÑO Y ALGO MARAVILLOSO: YO SOY LO EXTRAÑO Y TÚ ERES LO MARAVILLOSO

PERMITE


Permite que esta daga atraviese tu corazón, permite que te arranque mi amor del corazón, permite que saque de entre tus sesos mí sin razón.

Permite que te invite al banquete de mi sangrienta flagelación, goza devorando mi palpitante corazón, déjame invitarte un trago mientras meriendas mis viseras llenas de odio.

Permite que te invite a mi funeral, te concedo el honor de arrojar una flor sobre mi ataúd y de echar el primer puño de tierra que ha de tapar mi hondo penar.

Permite que te dedique una canción, baila despreocupada mi última petición, al final quiero verte dando vueltas, gozando mi prisa de amar.

Permite que los buitres coman de mi cadáver, alimenta los cuervos con mis ojos para no poder mirarte nunca más, cierra para siempre la puerta de tu habitación.

Permite que salga de entre tus piernas, que goce de tu dulce manjar, lava tus culpas en la ducha matutina.

Permite ver la misma cara y la misma gente, permite arrancarme de tu vientre, quítame estas malditas ganas de siempre querer un mismo rumbo y un mismo paso.

Permite que te bese bajo la luna, toma mis cenizas y arrójalas al olvido, que el viento se encargue del resto.

EN SUS MARCAS, LISTOS, FUERA ¡¡¡¡

Y es así como da comienzo una de las batallas más densas jamás luchadas por un servidor, la carrera contra la muerte, cruel destino, si estoy condenado desde que nací.

A lo lejos, muy adentro, en alta mar puedo vislumbrar un barco que navega en dirección a mi puerto, está dañado, un tanto hundiéndose y clamando ayuda y un puerto seguro donde atracar.

En muchas ocasiones me he llegado a preguntar si acaso Dios experimenta conmigo o es la misma existencia la que me pone muros que sortear y personas que evitar, por qué serán así las cosas, en verdad que no lo entiendo.

Hace unas horas caminaba por el campus universitario donde solía estudiar y por la acera de enfrente mire pasar a dos personas. La primera era un amigo de la preparatoria y la segunda una mujer, con la cual compartí unos meses el sendero de la existencia. Cosa rara, por un momento cerré los ojos y recordé algunos de los momentos que compartimos, segundos después me alegré de su actual situación y relación con mi amigo… así pasa con esto de las cosas del amor.

"NO SOY MALA HIERBA, SÓLO HIERBA EN MAL LUGAR"

No me puedo quejar…

Desde que decidí sumergirme en las aguas de la Filosofía siempre había tenido dudas con respecto a si era la elección correcta, pues en ocasiones sentía que me desfasaba mucho de mi propia realidad. Con el paso del tiempo poco a poco fui cayendo en una especie de, como yo le llamo, “caída en el tiempo” y me pude dar cuenta de que no era la Filosofía, era yo el que experimentaba tremendas olas de lucidez y navegaba por tormentosas aguas y cabalgaba a través de las dulces estepas de la existencia. La soledad no era más que una fiel compañera y la angustia otro tanto, tejí coronas de ideas, monté los indómitos corceles de grandes mentes indomadas, eché soga de todo cuanto pude, traté de luchar mil batallas, pero siempre al final había una con la que no podía salir airoso, la lucha mía, la batalla interna, la sodomizante agonía de construir una vida propia, bastarda ironía.

La Filosofía me ha dado lo que no esperaba de ella, ha sido la perra fiel que acude siempre al llamado de su cruel amo, soporta flagelos, caprichos y arrebatos, domina pasiones y encrudece realidades. Encrudeció mi autoconstrucción, en primera instancia me dejo habitarla para derrumbar mi persona, me tomó en sus brazos y me arrullo como la madre al hijo. Ella me ha cuidado en las más ondas amarguras, tentaciones y agonías, tiñó mis días de fatal melancolía, arrasó con todo lo que no tenía ya más nada que ver con mi yo actualizado.

En ocasiones llego a pensar que quienes conviven conmigo o mejor dicho, sobreviven conmigo, se encuentran hartos de tanta palabrería e ideología mía; ¡paciencia os pido¡ es sólo, como diría Aute, “es que este mundo no lo entiendo” y eso es precisamente lo que he tratado de gritar a pulmón abierto todos estos años, quisiera contener dentro de mi limitada entidad al mundo entero, la realidad sería entonces comprendida más no expropiada ni tampoco siento que llegaría a sentirme Dios por conocer el absoluto de la realidad, no podría serlo, necesitaría no tener tal limitación.

En cierto momento he llegado a la conclusión de que no debo sentirme así por las cosas que he vivido o dejado pasar de largo, simplemente encojo los hombros, me ensimismo y tomo una actitud reflexiva, no me queda más. No trato aquí de justificar mi aparente conformidad ante la vida, sino más que nada es una autocrítica dura y certera de mis atroces fatalidades y mis actos incoherentes. No es más que la suma de las situaciones necesarias para la realización del “proyecto” llamado humanidad; éste depende en su totalidad de esos cuestionamientos, de las reflexiones en torno a las situaciones vividas, es ahí donde se da la experimentación como especie, donde supuestamente deberíamos estar ensayando los “métodos” que a final de cuentas nos han de conducir hacia un avance como “proyecto”.

Creo que me ha sucedido lo de siempre, quienes me conocen y tienen la amabilidad de perder un poco de su valioso tiempo escuchándome, sabrán que siempre comienzo hablando de algo y termino hablando de otra cosa que si bien al principio no parece tener relación con lo primero, siempre está ligado al asunto. Este es el caso, comencé hablando de la Filosofía y ya termino dándome una “balconeada”. Pero no importa, retomo ahora un poco de lo que hablaba acerca de lo que la Filosofía ha hecho en mí y en mi manera de concebir el mundo y a las personas. Antes cuando era un puberto, me cuestionaba por muchas cosas, me aniquilaba la idea de una guerra atómica, el hecho de perecer a manos de una bomba de hidrógeno o en un terremoto de proporciones bíblicas me hacía pasar días enteros y por las noches un maldito insomnio.

Yo sabía muy en el fondo aunque tal vez de una manera irracional, que por ahí andaban las respuestas a estas tan angustiantes cuestiones. El primer acercamiento a ella fue por medio de un maestro de Español, quien me recomendó leer algo de Filosofía, Platón y algo de Aristóteles, encontrando en ellos un poco de las múltiples respuestas, pero más que eso, fue sabes que no sólo estaban las respuestas de ciencia, sino que por otro lado se encontraba todo un abanico de posibilidades a partir de la Filosofía y es así como me comencé a interesar en ella; primer fueron los griegos, después me metí en el medioevo y ya casi al final la época moderna con Descartes y compañía. Sin embargo siempre quedaba una muralla infranqueable, algo que era como la piedra en el zapato, ese algo era el lugar del humano dentro de toda esta concepción y explicación del mundo, pues pude darme cuenta que siempre que como especie llegábamos a explicar al mundo, siempre la parte concerniente a nuestra labor y propósito dentro de la misma, nunca quedaba clara y se huía de su explicación hasta que descubrí lo que se conoce como existencialismo, el cual adopté y me he dado a la tarea de sumergirme en sus agitadas aguas y he encontrado no sólo una concepción del mundo, sino de todo cuanto existe, desde un pensamiento hasta mis más crudas ansiedades.

Es mucho lo que he descubierto desde esta perspectiva, pero más que descubrir he llegado a esas situaciones por azares del destino. Creo que me he extendido bastante y como es de esperarse, no he terminado de expresar ni una tercera parte de lo que quería decir, así que tomaré esto como una primera parte de una serie de escritos en los que me daré a la tarea de tratar de explicar un suceso muy importante que ha tenido lugar en estos días. Esto es una despedida temporal…