agosto 03, 2006

EN LA MADRUGADA

Cuando en madrugadas de denso hastío sucumbe mi orgullo y se adorna mi alma con luciérnagas fosforescentes, puedo ver aún en eterna espera sobre tu mesa de noche, como un estrellado cielo negro titila incesante en tu vespertino vaso de agua a medio terminar. Y sin quererlo, luz de invierno se desborda de mi mirada sobre la piel ya anciana de tu cama, inamovible y fértil como árbol caído. Espejismo de humo blanco es entonces tu cuerpo desnudo a orillas del universo y tus pechos se me asemejan seductoras lunas paganas. Y aunque ya no me aguardan tus carnes, ni tiemblan por mí tus huesos, me rehúso a ser sombra y me creo aquel Dios inamovible, que en bohemia actitud se fuma tu espectro desde una isla secuestrada por el tiempo. He ahí mi soledad desgastada.


Y tú que ignoras cada palabra, sabes acaso que no has dejado de ser mi más grande dilema, cuando en la antesala del sueño, a ojos cerrados yo te imagino, diminuta y frágil doncella dormida. Es que fuiste todo y no eres nada, fuiste mucho o tal vez poco, más cuando menos te aguardo llegas a mí como una trampa, y me tiendes las manos como alas rotas. No te espero, te lo aseguro que te rehuyo, y sin embargo llegas dócil como una paloma herida, recostada en silencio sobre una frágil pluma. Sobre tus hombros, sobrevuela mi eterna melancolía y te impulsa a mi, para que de un suspiro aterrices en mi pecho, con las manos en los codos, cruzadas las piernas y enternecidos los ojos. Así, descalza como recorrías conmigo la playa y desenfadada cuando en la intimidad me besabas, pequeña niña prohibida, convocas a tu paso irreconciliables tristezas que van poblando el aire de mariposas blancas.


Oh cómo podré alguna vez explicarte en palabras, sin fruncir el ceño ni forzar una mueca, que después de ti, el paraíso es una utopía, mujer inasible tantas noches amada, de manos aladas y pecho amazónico. Cómo decirte que eres hoy, tan solo remembranza y sin embargo aquel cadavérico hijo nuestro que en plena tempestad lanzamos al mar, aún agita los brazos entre las olas. Te conozco y se muy bien que de cuando en cuando también me extrañas y que aquel reloj que te regalé aún ignora el tiempo y por ello ahora usas otro un poco más certero. Sé también que ya no lees nuestras viejas cartas, porque sabes tan bien como yo que igual que antes aún murmuran a viva voz nuestras estúpidas fallas. Pero qué se va a hacer, si así es el amor.


Y así me encuentra hoy la vida, arrodillado ante la inevitable incertidumbre de no conocerme y por ende desconocer al mundo, me encuentro ajeno, extraño confundido, con la existencia en un hilo que pende del olvido. Lloro a veces solo, lamentándome del hastío que la vida siente hacia mí. Un instante fue y nada más. Un pedazo de cielo entre tus manos que se perdió, dejando pedazos de azul entre tus dedos y amaneceres pintados sobre mi cuerpo. Y no sabrás nunca cuanto lo siento, ni sabrás tampoco que yo lloro a través de tus ojos cuando tú lloras, ni que persigo convertido en viento decembrino, cada tarde en que me sorprende la nostalgia, aquella dulce línea de inolvidables lágrimas.

No hay comentarios.: