agosto 10, 2006

CARNE


Animales nocturnos son mis manos imprudentes, cuando debajo de nuestra sábana blanca, en tu cuerpo selvático buscan presas desprevenidas.

Para nosotros, tendidos desnudos entre sombras, el tiempo no existe y una hora es un suspiro y la eternidad un beso. El futuro se esconde tímido en tu ombligo. El mundo se me reduce a estos muros testigos y tu piel ansiosa y tus ojos claros como un lago.

Descubres tardíamente el secreto de los tigres fieros que se escondían en cada uno de mis dedos. Sabes bien que tu inocencia morirá esta tarde en mi cama, entre los aullidos silenciosos del atardecer y el ataque despiadado de mis labios atentos.

A través de la tímida ventana, un sol agonizante juega a dibujar los contornos de tu cintura de diferentes tonalidades. Eres mágica. Y por miedo a que desaparezcas yo me aferro a tus senos firmes como nuestras promesas, mis manos devoran tu carne fresca, y mi boca tu sexo rendido al fin a mis caprichos. Una colina jugosa se erige al final de tu espalda blanca.

Insaciable de ti, mi cuerpo te piensa hembra, te quiere íntima y ya no te deja escapatoria. Un escalofrío te convence a seguir tu instinto. Más allá del miedo, late entre tus piernas un ansia de venganza incontenible, y humedeces con tu boca brava mi mirada triste.

En el lenguaje violento de nuestras caricias, yo te pido que me ames sin decir palabra alguna y tú comprendes mis sensaciones. En la comunión de nuestras almas, nace el fuego. Son nuestras cinturas un solo movimiento.

Después de algunas horas de siluetas confundidas, al romper un hilo de luz lunar la noche calurosa, vislumbro sombras de humo evaporándose de tu cuerpo aún hirviendo. Te acercas a mí para dormir mejor.

Descansando junto a mí en pacífico silencio, tu cuerpo dócil sabe que ya no es tuyo, y mi pecho agitado sabe de sobra, que eres mía.

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