julio 22, 2006

A TI... QUE TU DESEO SE IGUALA CON TU EGO PORDIOSERO

Al atardecer, ella llega a casa y cuelga sus pechos chiquitos, sin madurar aún, encima de una silla. A veces, saca hilo y aguja, y remienda un poco los poros. Sus nalgas, las deja aletear libres bajo la ducha, y si no cerrara bien la ventana, saldrían volando encima de los tejados. Ya satisfecha y sin carnes, se acuesta en la cama para la siesta.

Una hormiga queda atrapada en su ombligo. De cada poro de su piel se evapora una lágrima roja.

De noche sale a caminar por la ciudad, con el vestido al viento como una bandera, delirante. Los hombres le eyaculan precozmente piropos vulgares al oído y la mente se le inunda de semen transparente como la niebla. Entonces siente por instantes como sus pezones fosforescentes se encienden y se apagan como luciérnagas después de la lluvia.

Tiene una fobia muy singular. Le da miedo que el sexo se le caiga de repente, al cruzar una esquina, y pase un perro hambriento y se lo lleve entre el hocico para la cena. Por ello con la mano izquierda se agarra con fuerza entre las piernas. Con la otra mano, se restriega un seno.

Vive en la angustia de que las nalgas se le pudran, como manzanas que se han dejado mucho tiempo sin comer. Que las tetas se le caigan del cuerpo, ya maduras de colgar, que un gusano se le meta por un pezón y la haga llorar pus. Ideas que la atormentan.

El deseo de los hombres la sofoca tanto, que a veces quisiera deshacerse de él como de un brassiere muy ajustado, para respirar mejor. Ah, la sensación de las tetas al aire. En su delirio imagina, que en cada seno, yace dormido un niño erecto. Se acaricia con furia para hacerlos orgasmear. Una catarata de saliva le baña la espalda.

Nunca ha sido egoísta. A veces sueña con despedazarse el cuerpo a pedacitos, con un tenedor y un cuchillo y arrojarse entera a todos aquéllos que la desean al caminar. Pero le disgusta usar cubiertos a la hora de comer.

Decide morir desangrada, martillándose el sexo.

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