julio 22, 2006

ANGUSTIA, SOLEDAD, DESAMOR, FILOSOFÍA, VINO TINTO Y UN ARMA,, INIGUALABLE SITUACIÓN PARA PERDER LA RAZÓN... S.M.S.H. R.I.P

Finalmente una tarde a finales del invierno, volcó su escritorio, quebró una silla, y amontonó todos sus libros, cuadernos, exámenes viejos, en una pequeña colina de papeles en medio de su alfombrado apartamento estudiantil.

Se emborrachó con vino rojo español, y con la ventana cerrada y las cortinas bajas para no ver la luz del atardecer, le prendió fuego a su futuro, a la foto de su familia, a la sociedad entera que lo había condenado a ser una porquería viviente.

Se sentó al lado del calor con los ojos deslumbrados y vivaces por el alcohol y semejante juego de luces, y con la botella en la mano y la camisa empapada de sangre de uvas, sonrió con un placer casi orgásmico. Tuvo tanto desprecio de la muerte, que hasta cantó un par de canciones populares del verano pasado, antes de reconocer su próximo suicido y su inútil alegría.

Una llamarada enorme dibujaba en las paredes blancas, sombras negras. La habitación se llenaba de humo y de las cenizas aún rojizas de sus libros flotando como luciérnagas. Descartes volaba incinerando la razón, Heidegger danzaba al unísono con el tiempo, Nietzche vitoreaba a su superhombre embriagado y derrotado por la vida, pero más que eso, derrotado por el olvido y ese vacío que llenaba toda su maldita y desgraciad vida. El olor a plástico quemado de la alfombra azul en llamas se volvía insoportable. En las tinieblas del incendio, el fuego devorador se expandía sin control.

Sentía sus pulmones a punto de explotar. En el último momento sintió miedo a morir, y un instinto de supervivencia se asomó a su mente cansada. Pero sabía que ya era tarde para cambiar de opinión y quería morir como un valiente.

Tosió fuerte un hilillo de sangre y se le nublaron los ojos llorosos por la asfixiosa ansiedad de oxígeno o quizás por una razón más profunda. Gritó con todas sus fuerzas un reclamo a Dios. Y enseguida tomó el arma que había comprado el día anterior, y al volverse insoportable el dolor de las quemaduras en sus pies, apretó el gatillo.

Fue un disparo seco que retumbó en todo el edificio. Y después sólo silencio. Pedazos de papel quemado revoloteaban como mariposas negras alrededor del cadáver. Un río de sangre sofocaba las llamas, el calor de sus carnes fue cesando poco a poco, la razón aún viva, se preguntaba por qué la voluntad había hecho caso omiso de su orden precisa, por qué el espíritu humano anhelaba ansiosamente terminar con ella, la razón, siendo que su esencia era ser racionalidad. Apenas pudo preguntarse y la luz se fue haciendo tenue hasta el punto de cambiar a oscuridad. Al ver el último chispazo de luz, gritó con las pocas neuronas vivas: ¿por qué nos condenas a querer perder la razón?

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