julio 15, 2006

MI MENTE VA HACIA TI UNA VEZ MÁS...


Ignoraste que para ti, yo fui volcán caribeño y eructé islas, y alimenté bosques enteros con mis lágrimas. Te mataste. Y en mi épica búsqueda de nuestra absolución perdí el ojo derecho en una gran batalla y recorrí transmutado en cíclope, colinas monstruosas de carne ardiente. Por orgullo incomprendido me dejé crecer la barba y redescubrí el fuego siendo un neandertal, y en mi vanidad adoptiva prendí mil fogatas en la oscuridad y reclamé posesión de cavernas salinas jamás desvirgadas. Después adorné con calaveras sangrientas un recodo a orillas de la selva y me vestí con pieles felinas para ser mi propio rey.


Cuando quise ser fino, como tú exigías, me creí conde rumano y habité en mujeres de pechos firmes que asemejaron castillos inderrumbables. También fui libre y rebelde como un pez espada y nadé contracorriente alborotados ríos de humedad femenina. Más cuando la nostalgia quiso me condenaste a ser velero y naufragué tristemente sin bandera ni capitán, en densos ojos azules, que en mi recuerdo, adquirieron profundidades infinitas. Enjaulé sirenas de cabellos dorados y collares de perlas y las obligué a cantar como tú lo hacías. Fui soldado sin nombre para conocer la guerra, mas censuraste mis ideales y me dejé matar, y mi lealtad en la batalla fue eternizada en una estatua de bronce para que me cagaran desde el aire las palomas negras que me enviaste sin mensaje cada tarde. Para purificarme de tus venenos y volver a besar como yo solía, probé la flor de loto en las costas africanas, y olvidé aquel viejo mundo soñando con panteras blancas. Por odiar aquel sol que eternizaste en mi firmamento, me hice Dios y reinventé el cosmos, y sembré en mi oscuridad millones de estrellas nuevas que para mi infortunio no alumbraron igual. Avergonzado de mi fracaso y para no dejar testigos, atrapé la luna entre mis manos y la ahogué sin piedad bajo mi almohada fría, una noche en que mi violencia pudo más que la apatía.

Y pasado ya casi un fatídico año desde que se echó la suerte, aquí persisto frente al mismo laberinto que de tu abandono heredé. Sin encontrar respuestas a mi vital fatiga, ni nuevos caminos para esquivar la nostalgia. Tan solo me queda la terrible certeza de no querer volver a verte en esta vida, por el aciago temor de que sea posible, que aún yo siga locamente queriéndote, a pesar de que ambos sepamos que aún el amor más funesto, jamás será más fuerte que la misma muerte.

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