mayo 03, 2006

EL ALMA REVOLUCIONARIA Y LA UTOPÍA INSACIABLE


¡Compañera! Te quise porque contigo, hombro a hombro como camaradas, junté piedras, levanté campamentos y construí trincheras. Tú y yo fuimos guerrilla de consignas gritadas a viva voz, y combatimos por la paz. Juntos, en nuestro amor de temprana juventud, cabalgamos las llanuras en busca de desafíos. Tuvimos tantas batallas memorables. Vencimos gigantes. Conquistamos prados y abrimos caminos. ¡Cómo olvidar aquéllas luchas heroicas e incansables! Peleábamos exánimes por una causa justa e indescifrable. Aún estando en desventaja, en el instante preciso de mostrar valor, se tensaba el músculo, era férrea la mirada. Hicimos nuestra revolución con toda dignidad, como dos locos idealistas. Queríamos cambiarlo todo cuánto no nos convenía y nos propusimos un mundo nuevo en base a grandiosas visiones. Cuando nos quisieron muertos, aquéllos que odian lo bueno por desconocerlo, fue cuando más sacamos el pecho. Tuvimos coraje para llegar más allá de la incomprensión. ¡Cómo marchábamos con la frente alta y las manos entrelazadas, comandando un ejército infinito de ángeles imaginarios!

Hoy aquel recuerdo me parece, ya casi, un sueño vacío, una fantasía surrealista, un instante diluido. ¡Cómo cambió todo, aquella tarde siniestra! En el instante de tu fraude, de todos los flancos nos invadieron corsarios enmascarados, sombras destructoras. Al acercársenos, levanté el puño en señal inequívoca de guerra, convencido una vez más de nuestras fortalezas. Pero tú, para mi terrible espanto, cruzaste los brazos y hundiste tus pies descalzos en el polvo. Permaneciste en tus silencios como una estatua, inconmovible al reto, en tu pasividad suicida. En mi desesperación busqué en tus ojos al menos un mediocre destello de mar, mas tu mirada reflejaba tan solo un pozo oscuramente profundo que conducía al vacío. Comprendí tu miedo y tu cansancio. Te había perdido. Y cómo quien nada debe, me diste la espalda y te marchaste.


Ya a solas y con el alma disminuida por tu cobardía, llegaron los impiadosos canallas en emboscada y me abrieron a patadas el cráneo, rompieron mis huesos, quemaron mi cara. Inútil contemplé como despedazaban el huerto que habías sembrado, destruían nuestro refugio y saqueaban tus recuerdos. Una última vez, te llamé enfurecido. Todavía estábamos a tiempo. Pero no viniste y me resigné a la derrota, bocabajo, sin voluntad de lucha. Al notarme en el infierno mismo caído, nacieron de la tierra bestias desfiguradas que se rieron de mí en carcajadas monstruosas. Me ataron con cadenas a un poste oxidado y abrieron mi vientre con un hacha de oro y plata. Me patearon como a un perro abandonado, y finalmente, aburridos de mis ilusiones ampulosas, me dispararon sendos balazos en cada ojo. Aquel tiempo gris se desangró como una lágrima.



Hoy después de tanto tiempo, es mi lucha una lucha distinta. Junto a mí empuña el verbo una mujer que no eres tú. Ella lleva en su mano izquierda un fusil y en la derecha una bandera. Siempre analiza el horizonte con los ojos abiertos. A veces me recuerda a ti. Más cuando caigo, ella se arrodilla sobre clavos y me levanta. Es capaz de morir por mí. Y reconozco en su humildad y en su constancia, que es mejor mujer que tú. Es su abrazo un bastión inderrumbable. Su voz es un canto a la libertad. Tiene toda ella una fuerza desvergonzada.


Gracias a ella finalmente comprendo que contigo, el amor era solo droga. Contigo, patria era cárcel. Ella que es real, me demuestra cada día, que contigo, la revolución fue tan solo una utopía...

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