UNA BATALLA MÁS
Octubre 5 de 2006
La herejía de tu piel me consume día a día, hoy por ejemplo, fui víctima una vez más de lo que parece ser una batalla sin cuartel y a sangre fría en donde todas las artimañas son permitidas, y cómo no, si en la guerra y en el amor todo se vale. Funestos días puedo intuir a raíz de mi condición en estos tan desolados momentos, la gente llena todos los espacios a mi alrededor, más sin embargo, la soledad escarba mis entrañas y me deja al descubierto en mis adentros, en mi intimidad.
Al irrumpir estrepitosamente en mi petrificado palacio real, deja ver al humano que llevo dentro y que tanto odio, aquel que desfallece con una sola mirada, el que ante una cortesana queda rendido y renuncia a toda gloria en pos de ir tras sus pasos. En verdad que odio quedar así, desnudo a viva voz y con la daga empuñada apenas atravesando mi corazón. Es entonces cuando huyo despavorido a refugiarme en las trincheras del olvido, esas que colindan con la laguna de la melancolía y terminan su paso frente a la apatía. Desde ese punto es que puedo realizar labores de comandante de mis ejércitos de ira, lujuria y antagonía desmedida.
Entonces mi ejército consigue una avanzada de corte napoleónico y se lanza con todo sobre el enemigo, cruel destino, la lucha es sangrienta, me recuerda a las batallas de Drácula. Ríos de sangre fluyen y las aves de rapiña hacen su aparición para devorar los desperdicios de los maltrechos cuerpos mutilados.
Sólo queda un ganador y un vencido en las luchas, sin embargo ésta es especialmente sangrienta y nada queda en pie, ni siquiera yo. A final de todo, caigo en cuenta que todo esto se ha llevado a cabo a raíz de ti, de tu maldita presencia y de mi maldita debilidad, de mi cobardía y mi resultante apatía.
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