septiembre 08, 2006

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Esta tarde el lago está insoportablemente quieto. Desde mi neutral presencia de mero espectador, se me ocurre que es este un lúgubre cuadro impresionista colgando de medio lado en algún museo parisino. Un niño sin madre, como sin ganas, tira boronas de pan junto al agua. Espantadas de nostalgia las horas alzan vuelo empapadas en el plumaje de inquietos patos silvestres. En lo alto, una fase de luna menguante se esconde tímida entre dos hilachas de nube y se niega a salir, como el hombre que se apena de haber llorado a cuentagotas un secreto infortunio.

Como si no fuesen mis ojos, sino lentes inanimados, contemplo el mórbido funeral que es este temprano atardecer de otoño. Igual a todos para el diario caminante, pero a su manera, único, porque consigna este preciso instante en que por primera vez nos carecemos. Sin duda, hoy el mundo está como resentido y me imagino a un aborrecible sueño de amor como reemplazo de Dios; sentado en una despintada mecedora, fumando lujosos habanos. Con cruel ataraxia desfila su mirada sobre insignificantes historias terrestres. Aburrido. Pero en mi recobrada ingenuidad se me hace que del humo que exhala este coloso comunista un impecable camino de rosas blancas se va formando, que presiento culminan justo ahí donde te encuentras.

En definitiva, cuando tú no estás, todo el día está infectado de un ligero aire gris que ennegrece mis pulmones minuto a minuto. Me falta el temperamento para retar tu ausencia. Mi pensamiento es como el frío que acuna el viento y hiere los montes. He decidido capitular. No quiero que estés ya más lejos de mí. Tu estampa aquí es necesaria. Vuelve y clávate a mi lado como una bandera de guerra. En tu presencia huirán las sombras. Reinará de nuevo la luz y yo ondearé tu alma al grito indiscutible de libertad, forjaré esperanzas de un día nuevo contigo a mi lado, caminando al caer la noche, justo cuando el tiempo parece detenerse para comenzar el infinito, es ahí dónde, de entre mis ropas sacaré una daga y la enterraré tan profundo en tu pecho que sentirás como penetra tu ausencia bastarda y te hará caer al piso herida de muerte.

Entonces saltaré de gusto al contemplar que no serás de nadie más, que tus labios no frotaran más nada, que tus tersas manos no asirán la copa de la amargura y mucho menos saldrás corriendo tras de tu sombra reflejada en la falsa ilusión de amor que me proyectabas. Tonto, no puedo más que engañarme, si no estás me niegas el derecho de tu presencia, de mirarte a los ojos y escucharte decir a quema ropa que no deseas más esta tonta compañía, que prefieres morir a estar conmigo. Ahora sólo me queda la esperanza de que nunca abras los ojos y no mires la realidad, que huyas maldito ser de cabellos largos al caer la noche.

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