junio 30, 2006

LA SINCERIDAD DE UN AMIGO, ¿ME CONOCERA BIEN ? (alusión al octavo mes)



La noche cubría la inmensidad absoluta del mundo. Solo unos cuantos rayos lunares insignificantes se atrevían a desafiar la oscuridad. No había nubes esa noche, y el cielo deslumbraba como un lienzo enorme salpicado de estrellas plateadas. Charquitos de luz, para que se bañen los ángeles, pensó para si con envidia.

Acostado en el suelo, sin saber con certeza el por qué, ni cuanto tiempo llevaba ahí, miraba hacia arriba y pensaba para sí, tantas cosas, tantas preguntas que no podía responder. Que ganas tremendas de estirar la mano hacia el cielo y atrapar en un puño algún planeta desolado. Mas sus manos seguían vacías, y lloró como nunca antes.

En su soledad imaginaba que quizás, en algún universo lejano, un extraterrestre de piel verde y antenas tiernas también yacía en el suelo sin motivo alguno y estiraba uno de sus brazos como tentáculo hacia la inmensidad infinita del espacio inabarcable. Quizás tenía los mismos problemas vitales que le carcomían a él el alma lentamente, y añoraba tan solo comprensión y soluciones.

Cerró los ojos por un instante, para comparar en silencio la oscuridad de sus párpados y la espesa negrura que cubría la noche. Eran prácticamente iguales. Solo que con los ojos cerrados no veía ya estrellas ni lunas, ni siquiera estelas fugaces, ni siquiera escarcha de ilusiones marchitas. Había perdido aquella magia, que todo lo hacía valer. Simplemente se fue, y en su huida no había dejado ni siquiera, razones para comprender.

Entonces él, tan inseguro de todo lo que la vida encierra, se dio cuenta con la tristeza más honda posible, que la noche, dentro de él, definitivamente ya nunca terminaría de amanecer.

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