abril 25, 2006

LA MUERTE A UN PASO DE MÍ...



Yo sí te quise, mi amor. Cómo no. Yo te admiraba. Yo te amaba con locura. Yo te conocía. Y tú a mí también. Pero te alejaste como una vil canalla, y si al amarme fuiste mediocre, para hacerme daño no ha habido nadie como tú. Me has clavado una daga en el centro de mi pecho, en el centro de aquello que antes fuera tu mundo. No has tenido piedad al lastimarme.

Por ello digo, que conocerte ha sido un trauma grotesco. Los recuerdos no valen nada, si tú te has parado encima de cada cosa que compartimos, si con tus nuevos pasos los has ido haciendo añicos. Un tiempo me pedías con los ojos entornados, que te soñara castillos y duendes, y yo por ti lo daba todo. Me exiges ahora mi perdón, y mi aceptación, porque un amigo como yo, sería una lástima perderlo. Me río de tus manías. Preferiría que me dijeras, que aún hay un modo de que te haga completamente feliz. Que me digas: amor mío, muérete de una vez.

Cuanto sufrimiento ha convocado mi amor herido, cuanto tormento. Cuántos días más así ¡No lo quiero más! Te lo juro que no lo soporto, prefiero morir. Maldita sea, mátame ya. Rocíame gasolina, préndeme fuego. Rómpeme las costillas a martillazos. Reviéntame el corazón entre tus dedos.

Este amor nuestro es un infinito agujero negro, que me absorbe y me deforma. Me asesina tu terrible indiferencia. Me has dejado destrozado y has clavado un puñal en cada parte importante. Tu desconocimiento de mi, es el peor de los reproches.

Escúpeme en la cara tu felicidad, lo mucho mejor que te encuentras ahora que carecemos el uno del otro. ¿Es lo que siempre has querido? Yo dudo de todas tus verdades, las pasadas, presentes y futuras. No hay en ti nada que yo crea. Sigue así, jugando a la libertad. Pero no pongas nuestro amor en mis manos como un pájaro muerto. Jamás te perdonaré esa osadía. De nuestro amor he heredado un ataúd abierto. Lo construiste tú, a mi medida exacta. Muchas gracias por tal gesto.

Si tu puedes hacer ahora lo que te venga en gana porque a mi tu vida ya nada me ha de importar, yo te puedo decir por qué no, que eres solo decadencia. El mundo es un lugar siniestro, tanto así que el infierno con su sangre oscura y su fuego calcinante me seduce más que quedarme aquí, soportando que vivas al mismo tiempo. Tu más que cualquier persona en este planeta, deberías de saber que no estoy acostumbrado a la injusticia, ni al hambre, ni al miedo. Mucho menos en mi persona. Por ello, pido un milagro de tu parte, que no sucede nunca, y pierdo la fe. Tú no eres nadie, y por ello dejo de creer poco a poco que la salvación estaba en tus labios. Cuantas noches he estado a un minuto de la muerte. Cuantas noches más hasta que suceda.

Es imposible cerrar los ojos con serenidad. Mi cama jamás está en reposo, nunca lo ha estado, y ahora mucho menos. Basta que me mires una noche cualquiera para saberlo. Antiguamente tenían mis cobijas un alma femenina que de noche se desnudaba lentamente para darme calor. Últimamente el insomnio es terrible. Ya no recuerdo las tardes en que mordía tus senos a la luz de una candela. La paz me espanta de repente y revienta el caos. Me asaltan pesadillas terribles en medio del silencio. Oigo infinidad de voces gritar mi nombre, entre ellas la mía propia reprochándome, lastimándome con quejidos desgarradores. Siento ganas de arrancar mis carnes, dejar de llorar, morir y que me encuentren así, con los ojos abiertos, desnudo en mi cama, con los puños ensangrentados y tu nombre en la pared aún sangrando. No soporto más el martirio. Quiero sumergirme en la no existencia, la tranquilidad eterna de habernos perdido.

Aunque todo ha sido solamente tu culpa, y es la cruz que sola has de cargar, de noche siento asfixia. Y para evitar llamarte, me levanto y porque se que odias a las personas que fuman, me prendo un cigarrillo tras otro, y me miro al espejo, esperando el cáncer, diagnosticándome alguna lepra, alguna enfermedad terminal. No reconozco esta palidez, esta agitación, estos ojos perdidos, a un paso de la locura. Por qué el placer del cuchillo en mi mano, rayando mis brazos. Tengo la espantosa sensación de reconocer en mis pupilas el principio del corredor de la muerte.

Pero a pesar de tu abandono, no estoy solo. Un ángel sobrevuela mi espalda día y noche. Aquel que habías enviado para cuidarme, se ha suicidado. Es otro el que me acompaña, y no sé si será un ángel de la muerte, o simplemente un ángel de la desolación. Anda detrás de mí durante muchas horas, lleva ya días hundiéndome agujas de veneno en la espalda, abriéndome las heridas para que jamás cicatricen. No se ha querido ir, yo no lo espanto. Al finalizar el día, cuando me acuesto, se anima y se acuesta conmigo. Junto a mí, como lo hacías tú con tu sexo humedecido. No contento con mi depresión, se queda hasta verme derramarte lágrimas furiosas, hasta que me vence la paranoia de mis pesadillas. Al salir el sol, aún está conmigo, mirándome sin hacer ruido, con la misma parsimonia con que me ha acompañado toda la madrugada. Yo no puedo ponerme de pie, hacerlo a un lado. El dolor que causas, me ha petrificado en vida. Las cortinas una vez más, permanecen cerradas.

No lo dudes que esto que llamarás mi “demencia” está a la altura de un amor tan grande, y de una traición semejante. Es mi manera de mitigar mis sentimientos, de reclamarte cada puñalada que no he esperado. Me repugna que no lo sepas comprender, si tú lo has creado todo. No finjas inocencia ahora, no te salves. Me ofende tu irresponsabilidad por tu propia actitud. Cuando te amé, te pensé más. Ahora necesitas el consuelo de otras personas que nada tienen que ver en esta historia, que nada saben, que nada sienten, que solo juzgan. Que quede claro que yo no quiero nada que ver con irremediables ignorantes.

Que no me hablen, que no me escriban, que nadie me venga a contar sus historias deprimentes, sus consejos de revista. No tengo oídos para quienes reducen tu daño, aprueban tu actitud, me critican de desproporcionado y motivan mi resignación. No quiero más calumnias denigrantes. Estoy cansado, estoy harto de este mundo sensacionalista.

Quiero dormir nada más, dejarte ir, ser yo mismo de principio a fin. Y si hablo dormido que no me hagan caso, y si digo tu nombre en alguna blasfemia incontenida, si me quejo, si tengo celos, que se hagan los sordos porque con nadie he de rectificar ni mierda. Quiero que hagan de cuenta que estoy enterrado demasiado profundo bajo tierra, que me mataste o que yo me he matado por odio a este sentimiento, y que sepan de una vez por todas, que nadie puede hacer nada por mi, hasta el día de la resurrección, si alguna vez viene.

Quiero ir muerto por las calles, sin que nadie se dé cuenta de mis pasos, que a nadie le importe mi caminar cabizbajo o mi violencia contenida. No quiero llamar más la atención, ni la tuya ni la de nadie. Cada quien con su sufrimiento y sus verdades. Para que me crean indiferente al destino, también puedo mentir.

Quiero ser tan solo una sombra en el callejón de la vida, esperando un balazo de luz en el cráneo. Mi cuerpo se conforma con las rosas negras que has ido tirándome con desprecio. La lástima colectiva me es innecesaria. Mi mente no está aquí para arrodillarse ante ningunas palabras. Mi voluntad no está hecha para eso. Si te amé con toda mi alma y me hice respetar, deseo nada más que aprendan a respetar este cadáver que has dejado ahogado en tus mentiras. Que todo el mundo se calle ante lo inevitable. Que entiendas tú, nadie más, que un día yo moriré. Yo te prometo que cuando suceda, tú morirás también.

No hay comentarios.: