marzo 24, 2007

¿OTRO DÍA?


Hoy es un día de esos en que uno se pregunta por qué se vive, para qué y cómo se debe hacer. Desde que abrí los ojos por la mañana me percaté que este día no sería igual a los otros, que éste estaría cargado de esa “fatal melancolía”, hasta estuve a punto de tirarme a dormir toda la maldita tarde. Es más, una prueba de ello es que tomé mi Biblia, un libro de E. M. Cioran; “Ese maldito yo” y me dispuse a entrometerme en su mundo congelado por las letras, a hundirme entre su trascendencia amarga y condenada a sobrevivir a su creador, a la mente atormentada que la pensó. Entre líneas leía:

Cuando se ha salido del círculo de errores y de ilusiones en el interior del cual se desarrollan los actos, tomar posición es casi imposible. Se necesita un mínimo de estupidez para todo, para afirmar e incluso para negar.

Todo lo que me opone al mundo me es consustancial. La experiencia me ha enseñado pocas cosas. Mis decepciones me han precedido siempre.

Para poder vislumbrar lo esencial no debe ejercerse ningún oficio. Hay que permanecer tumbado todo el día, y gemir...

Existe un placer innegable en saber que lo que se hace no posee ninguna base real, que da lo mismo realizar un acto que no realizarlo. Sin embargo, en nuestros gestos cotidianos contemporizamos con la Vacuidad, es decir, alternativamente y a veces al mismo tiempo, consideramos este mundo como real e irreal. Mezclamos verdades puras con verdades sórdidas, y esa amalgama, vergüenza del pensador, es la revancha del ser normal.

No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan tan meticulosamente como el Tiempo.

Imposible asistir más de un cuarto de hora sin impaciencia a la desesperación de alguien.

La amistad sólo resulta interesante y profunda en la juventud. Es evidente que con la edad lo que más se teme es que nuestros amigos nos sobrevivan.

Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos.

Lo que aún me apega a las cosas es una sed heredada de antepasados que llevaron la curiosidad de existir hasta la ignominia.

Cuánto debían de detestarse los trogloditas en la oscuridad y la pestilencia de las cavernas. Es normal que los pintores que malvivían en ellas no hayan querido inmortalizar el rostro de sus semejantes y hayan preferido el de los animales.

«Habiendo renunciado a la santidad...» ‑¡Pensar que he sido capaz de escribir semejante enormidad! Debo sin embargo tener alguna excusa y espero hallarla aún.”

Después de leer esto como que algo dentro de mí se activó y me dispuse contra mi voluntad, a retirarme a trabajar. El día corrió lento, el sol abrasador y el calor de mierda me recordaba que estaba en plena primavera y que por algún juego macabro del destino me encontraba en las fauces del astro rey y me devoraba con sus más ardientes rayos. Por fin la jornada llegó a su final y pude retirarme a casa, sediento, hambriento, lleno de tierra, sudado y sobre todo molesto por mi infame condición humana. A todo esto ¿qué es lo que puedo hacer para solucionarlo? La respuesta está a una muerte de distancia…

En días como hoy sólo una cosa me podía quitar la nube de encima, sí, pero lo más confuso del asunto es que me siento mal de haber recurrido a una solución tan cruel y tan deliciosa a la vez, atenta contra mi moral temporal, sí aunque suene mamón y un tanto Cartesiano, la moral temporal me ha permitido mantenerme a flote y recomponer la ruta en tan escabroso camino. En alguna ocasión recuerdo haber sostenido una charla con alguien acerca de lo que era mi moral temporal y la manera en la que me está ayudando a enderezar algunas cosas un tanto torcidas. Le comentaba que sólo con una moral totalmente recta se podría volver a la senda, no hablo de moral en la acepción que todos conocemos, sino que hace alusión a la forma en que se ven y toman las cosas para poder decidir la consecuencia de una acción, en pocas palabras, ser más consciente de los actos.

En fin, no creo que deba seguir tirando un rollo acerca de estas cuestiones, que al fin y al cabo a nadie le sirven más que a mí, el individuo detrás de está gran mentira que es la existencia, el que vive embriagado de está pseudos consciencia y que se atormenta cada vez que cae en cuenta de su absurda y lastimosa condición de ser limitado y que lo aleja de toda posibilidad de vivir en toda la extensión de la palabra.

Ahora lo único que e queda es echarme la “cruz” al hombro y experimentar en carne propia la martirizante condición de tener que vivir a la sombra de la muerte y con la angustia y la ansiedad desbordadas por motivos inducidos ¿acaso algún día cederá terreno está aniquilante sensación y me dejará retornar al tornasol tono de la vida dulce? Eso es algo que a diario me pregunto y me frustra el no saber la respuesta…

He buscado la salida en muchas oportunidades y lo único que he conseguido es un amargo sabor de boca tras cada intento será acaso que este sueño que vivo sea uno más o que se trate de una torcida fantasía del titiritero que está en los cielos y se orina encima al no poder contener la risa de ver mi sufrimiento y mi lenta agonía y mi implacable paso hacia mi infranqueable destino. La muerte.

Escupo al cielo y me cae en la cara, odio tener que limpiarme después de tan apenante situación. Vocifero maldiciones en contra de esta vida, de este sentimiento, no me desahogo, sólo no puedo entender el por qué de está tarada agonía ¿por qué no acabar de una vez? No tengo el valor, soy un idiota pusilánime o tal vez peco de cordura y fuerza de voluntad, pero sin ganas de seguir para qué sirven tan entrañables fantasías.

Me odio, me odio por ser tan irremediablemente aprensivo, sinceramente no es mi día y los bochornos son sinónimo de mi lenta agonía.

No hay comentarios.: