agosto 06, 2010

...

No sé cuántas noches te dediqué, cuántas lágrimas se derramaron por tu amargo caminar hacia la luz eterna de la apatía. Te amé por lo que eras, por lo que me hacías sentir, por lo que era yo cuando estabas conmigo, caminando a mi lado.
En aquellas noches cuando cerraba los ojos para intentar dormir, un sobresalto me arrancaba de tus brazos, una sensación de vacío me hacía sentir como en caída libre y regresaba exaltado.

Tomabas mis dedos entre tus manos y me apretabas fuerte como cuando no se quiere dejar ir algo, me asías a tu pecho y me frotabas contra tus senos durazno.
Me acicalabas el cabello y lograbas tener mi atención, miraba mi tenue reflejo en tus vigorosos ojos llenos de vida trémula y escondida apatía. Tus labios cerezas murmuraban aquella frase que me hacía sentir el hombre más feliz del Universo: “Aquí estoy”. Tus palabras acariciaban todo mi ser mientras se abrían paso hasta lo más profundo de mis entrañas. Tus dedos rozaban mi piel y me hacían sentir especial.
Me refugiaba en tu pecho, ahí podía escuchar tus dulces latidos, tu “maquinaria divina”, aquella que animaba ese bello ser que eras tú. Bella, con los pechos firmes, erguidos como retando a la vida me contagiabas de tu afán por conquistar.
Ahora heme aquí, al despertar exaltado tras un sobresalto, busco como por inercia tus brazos y en la obscuridad, no están. Desespero, grito, lloro, ya no miro más mi tenue reflejo, ahora sólo veo tu vacío y la apatía contenida.

Tus senos durazno volaron contigo ahora me froto con mis ganas de tenerte, de sentirme menos miserable cuando desde lo más profundo de mis entrañas un grito desesperado busca hacer eco en tu persona, es un llamado, un pedimento desesperado.

Una pregunta me viene irremediablemente cuando me descubro solo, aferrado a tu ser a tus ganas de odiarme, a lo que fue y que cual ecuación perfecta, no volverá sino para recordarme que has partido dejándome olvidado aquí, a mí tu perro guardián.

No hay comentarios.: