mayo 22, 2009

PROCESO...

“La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar.”

Sinceramente no sé por qué escribo esto, en verdad que he caminado como un maldito autómata, en línea recta, sin contemplar a mi alrededor. Los días pasan lentos, llenos de tanta tareas que realizar que el tedio me hace presa constantemente y tengo que recurrir a técnicas poco ortodoxas para liberar presión.

En fin.

La otra vez tuve un problema grande, grave, debido a una sombra del pasado. No es raro que yo haga alusión al pasado y me exprese de él con melancolía y añoranza. Pero es que en serio, cuando uno tiene que ver con otro ser y éste para colmo ha sentido algo por uno, es meramente difícil tratar de dilucidar el mecanismo por el cual esa persona queda prendida de las ropas como billetes en la ropa de las prostitutas en los cabarets. Es por demás duro y confuso tratar de entender cómo y por qué ha quedado ahí, así que considero mejor el explicar y aceptar que esas personas son parte de nuestra formación, pasan a alcanzar la trascendencia a través de las personas en las que “quedan” para siempre. Y más importante que la trascendencia es lo que nos ayudaron a descubrir, no me refiero al mundo y su contenido, sino a uno mismo, a los rincones alcanzados. A los autocuestionamientos que fueron resueltos a través de convivir con dichas personas.


No me refiero sólo a lo carnal, lo psíquico o lo afectivo, sino a la vida misma, a la experiencia de vivir, a sabernos cada día vivos, a darnos cuenta a través de nuestra experimentación de la vida, a caer en cuenta de nuestra propia existencia. Porque a final de cuentas no importa si está o no a nuestro lado, si deja de hacernos estremecer con su sexo, o sencillamente nos hunda en la mierda con su partida, al final después de todo sólo quedamos nosotros mismos con nuestras preguntas, con nuestra experimentación de la vida. Si sentimos dolor, angustia, depresión, odio, alegría… o cualquier sensación, sentimiento… lo sentimos solos, cada quien los vivimos en carne propia.
Es necesario saber que por más que lo deseemos, la otra persona saldrá huyendo tras de otro ser y lo único que nos quedará será nuestra propia experiencia. Así pues, al enfrentar a la muerte, habremos de preguntarnos si estamos satisfechos con lo que hemos alcanzado a conocernos. Y me atrevo a decir que entre más conozcamos a esa persona que sabemos que somos, temeremos menos a la muerte, pues estaremos contentos con habernos dejado sentir a nosotros mismos, con haber experimentado el “sentimiento trágico” y salir avante de él en pos de un mejor humano.

Hablando de humano, creo que el único momento en el que podemos considerarnos humanos es ante la irremediable cita con la muerte, pues ahí dejamos a parte el mundo entero y quedamos sólo nosotros mismos, sin cuerpo, sin alma, sin sentimientos, sólo nosotros ante un “choque” inevitable; es a lo que llamo tocar tierra. Esto viene a colación y será mejor entendido si se tiene en cuenta que mi concepto de vida, es una caída en espiral y que al llegar al fondo del pozo en que se cae, es porque estaremos indudablemente ante la muerte. El choque contra el “suelo” al final del agujero es lo que nos provoca la muerte.

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