abril 10, 2008

CONSECUENCIA...

Por motivos un tanto inciertos me arropa un sentimiento que no es del todo desconocido. Sucede que hurgando en el baúl de los recuerdos me he topado con uno muy fuerte. Aquel que versa sobre las situaciones en las que escribir funge, como dice Cioran, ”la experiencia revitalizante y liberadora”. Ante tal situación, me meto de lleno en las letras y de pronto sucede, comienzan a llegar como parvadas de pájaros que busca refugio al atardecer en algún frondoso árbol.

La experiencia colma el alma y hace hervir el ímpetu, satisface cualquier necesidad de trascendencia y estimula de sobremanera a los sentidos. Al escribir, el olfato puede oler las cálidas fragancias de los recuerdos atesorados, la vista puede distinguir tonalidades de color en las superficies, el tacto puede sentir texturas, estrujar pasiones, humedece las letras. El oído atiende atento a las crueles sentencias del incierto destino desdichado. El gusto por su parte, da rienda suelta al paladar y permite degustar tu dulce néctar.

El festín está sobre la mesa, los sentidos comienzan a degustar sus alimentos. Mis ojos comienzan el ritual de arrojar lagrimas, oh¡ Dios, cómo odio estos momentos, el maldito sentimiento me aborda de repente y me descubro totalmente con la guardia baja. Los golpes comienzan a llegar, gancho al hígado, recto a la mandíbula… abro los ojos y puedo percibir las luces en lo alto de la estructura. El ring está cálido, de manera siniestra, pues descubriré más adelante que no ese calor proviene de mi rojo líquido que ha formado ya un charco y me mancha con su carmesí inoportuno.

El médico se aproxima apresuradamente y tras checar mis signos vitales y en general mi condición tras tan importante fracaso, lanza una sentencia dura y concisa:

-amigo, a usted lo que le hace falta es escribir. Sacar a flote todos sus pesares y exorcizar sus demonios interiores.-

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