mayo 13, 2010

UN FASTAMA DEL PASADO DURO DE ROER...



Hace unos cuantos minutos me encontraba pensando (sí, si pienso) en aquellas ocasiones en las que sin querer tienes un rencuentro con una persona que formó parte de tu vida en algún momento. Y es que resulta tremendamente chistoso que cuando menos te lo esperas surge la situación y te toma por asalto y no sabes ni qué hacer.

En estos días, debo confesar, he tenido varios encuentros de este tipo, el primero sucedió un día soleado, caminando por las calles del centro de la ciudad, caminaba a paso lento, mirando al suelo, sin ninguna expectativa y para ser sincero me sentía tremendamente nostálgico, deseoso de algo.

De pronto al pasar por una Iglesia algo dentro de mí me pidió que alzara la vista y ahí estabas tú, con tu maldito rostro incapaz de lograr el olvido con una sonrisa casi perversa y a la vez dulce, el recuerdo de la primera vez que besé tus dulces labios a escondidas. Aún cierro los ojos y puedo saborear el sabor a vainilla, sentir la textura, oler tu saliva y escuchar esas palabra tuyas al pedirme que no me alejara que no rompiera esa magia maldita que ahora al verte ahí en la acera de enfrente con tu vestido rosa, tu cabello alborotado y el viento acariciándote descarado siento rabia, celos, furia, deseos de ir directo a ti y decirte lo mucho que quisiera estar contigo, no haber desechado esa oportunidad.

De pronto tus ojos se cruzan con los míos las miradas se entrelazan y yo cual cobarde miro inmediatamente a otra parte y maldigo a mis adentros. No puedo creer que te vi y no hice nada más que huir… Apenas ayer te volví a ver y tu maldita cara me atormentó una vez más. Cerré los ojos y pude sentir tu rubia piel, saborear a qué sabe tu cuello, maldita. Pensé en acercarme y preguntarte cómo estabas sin embargo pude darme cuenta a través del escote de tu blusa morada que tus senos son aún más bellos de lo que eran en mi tiempo, que tus caderas tomaron la forma del pecado y tu entrepierna me parece aún más apetecible que nunca, quise gritar. Al abrir los ojos sentí un gran alivio pues caí en cuenta que lo que siento por ti es mero deseo carnal, mera sed de carne, de tu agridulce sexo.

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