Quizás entre tanto delirio fue que te perdí. Sin embargo todavía recuerdo aquellas noches interminables. En trance galopabas sobre mí, con tus pupilas dilatadas, dócilmente dependiente e intoxicada de deseo. En tu eufórica taquicardia me inyectabas a ti como anestesia, y te fumabas mi amor lo que duraban nuestros cuerpos en estallar. Sobre mi pecho sudoroso resplandecían por instantes las cenizas aún chispeantes. ¡Cuánto amor...!
Y sin embargo, todo fue diferente aquella tarde. En el instante del clímax desperté del letargo adictivo al que me arrastraste, y asustado miré cómo se nublaba de repente tu mirada y desaparecías por un instante del espacio y del tiempo sin necesidad de mí. Se que supiste que me perdías al verme dubitar y temerosa de volverte viento buscaste mis trémulas manos para que te sostuviera de cada seno. ¡Pero no mi amor, no te pude retener!
En el magno silencio que aconteció a mi fracaso, me estampaste un beso narcótico para rescatarme. Mas era ya demasiado tarde. Un ingrávido hilo de sangre brotó de mis labios al contacto con los tuyos y se deshizo en el aire en un torbellino violáceo. Y comprendí. Supe que mi amor por ti era vano y ante esta verdad, tu imagen empezó a borrarse en el aire. Porque te quise libre de mi, te dejé ir. Y me refugié en mi soledad.
Intentando ordenar mi confusión, caí en coma, inerte sobre nuestra cama ya carente de ti, con el pecho abierto y en mi mano izquierda el corazón aún palpitante. Y al empezar a olvidarte, de mi cavidad toráxica huyeron buques fantasmas navegando un rastro de humo.
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